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Festejos por el aniversario de la revolucion, La Habana-Cuba

Alejandro Valdez

Raúl Mamani

Presentamos este trabajo de carácter histórico, donde hacemos un recorrido sobre la heroica resistencia y triunfo en 1959 de las clases populares en Cuba, enfrentando a los sectores dominantes locales y al imperialismo estadounidense. Es muy necesario que los pueblos que hoy resisten en América Latina, saquen las necesarias lecciones para encarar una tarea triunfante para los días que vienen.

Esta revolución, como tal vez ninguna otra, ha adquirido alcance internacional en su conocimiento. En los años sesenta del siglo XX, la juventud y los no tan jóvenes, seguían con enorme fascinación aquella gesta, protagonizada por guerrilleros barbudos, encabezados por Fidel Castro y el “Che” Guevara, y cientos de campesinos que se sumaron al ejército rebelde, con el apoyo urbano de los trabajadores. Esta unidad obrera y popular derrocaba a un régimen dictatorial, y a su vez desafiaban a la potencia mundial más poderosa, EEUU, y establecían las bases para un nuevo orden social en la isla.[1]

No obstante, a pesar de las frondosas interpretaciones ideológicas y románticas que se le dio a aquel proceso histórico, no debemos olvidar que fue una revolución latinoamericana, enmarcada en procesos comunes a otros países de la región, pero también singularmente cubana.

La independencia cubana de España, se produciría en un momento tardío en relación con la de otros países latinoamericanos (1898), lo que permitió que ése proceso independentista estuviera impregnado con procesos sociales “modernos” y con un carácter nacional, lo que resultó fundamental al momento de enfrentar la invasión norteamericana. Este proceso se inició cuando ya en Cuba se habían establecido algunas relaciones sociales de tipo capitalista, con la emergencia de nuevos actores sociales: una precaria burguesía comercial al interior del bloque dominante, sectores medios y una clase obrera relativamente bien organizada.[2]

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Independentistas Cubanos, Viñeta del historietista cubano Roberto Alfonso Cruz

Es por esto que el principal artífice de la independencia cubana, José Martí, unió en su discurso independentista con elementos nacionales y también sociales, entonces, no solo se debía contemplar la independencia de España sino también de EEUU. Martí podría ser considerado un Bolívar local pero en la “era industrial”; aunaba en su nacionalismo no sólo rasgos antiimperialistas sino también anticapitalistas lo que quedaría como un testamento para las futuras generaciones de cubanos.

El largo proceso revolucionario no podría entenderse sin dividirlo en tres actos: la lucha por la independencia; la revolución antimachadista y la  revolución castrista.

LA DICATADURA DE MACHADO

La dictadura de Gerardo Machado y Morales (1925-1933), fue la clásica dictadura Centroamericana, es decir, una clase dominante: absolutamente dependiente de EEUU; apoyada totalmente en el ejército e incapaz de constituirse como clase dirigente y que obviamente, entraría en crisis desde adentro, porque ésta clase, extremadamente dependiente de EEUU en lo económico porque se sostenía mayormente en la producción de azúcar, sufriría los impactos de la crisis de 1929 en EEUU. Un grupo de empresarios cubanos llegó a pedir a los norteamericanos que invadieran su propio país para sacarse de encima a un gobierno que no protegía su “intereses”.[3]

En 1901, Cuba firma la llamada enmienda Platt (senador norteamericano), agregada a la Constitución de Cuba, por la cual los EEUU se reservaba el derecho de intervenir en los asuntos de la isla si consideraban que sus intereses, y los de sus empresarios se veían afectados y la posibilidad de instalar una base militar en territorio cubano (Guantánamo).

Sería en la Universidad de La Habana en donde comenzaría a gestarse la oposición al dictador. Particularmente decisiva en el derrocamiento de Machado fue la acción del movimiento obrero que logró conectarse con las luchas de otros sectores sociales subalternos, aunque por poco tiempo. Es de destacar la gran dificultad que tuvo el proletariado en organizarse, situación que se dio en otros países de Latinoamérica y que en Cuba se agravaba debido a la actividad azucarera que era una economía de enclave, que empleaba mano de obra esclava, provista por los EEUU desde Haití y Jamaica y la gran cantidad de desempleados debido a esto, siendo los trabajadores del tabaco los que pudieron organizar una lucha efectiva contra el régimen de Machado; en éstas organizaciones obreras predominaban los elementos anarquistas.[4]

Una gran huelga general, que duró varios días y que paralizó el país en 1933, le dio el golpe final a Machado; los EEUU  le habían retirado el apoyo, también la Iglesia se había despegado del gobierno machadista y casi todos los partidos políticos expresaron su rechazo (excepción del PC cubano stalinizado), así terminaría esa dictadura, producto de una enorme huelga general en donde casi todos los sectores de la sociedad cubana, constituyéndose en un movimiento de masas incontenible, se habían unido para terminar con el régimen.[5]

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Una calle en la Cuba de la decada del ’50

REGIMEN DE BATISTA

Es en el seno de ésta revolución democrática y popular en donde surgió un movimiento dentro del ejército, con demandas de reformas, mejoras salariales, llamado el “movimiento de los sargentos”, en donde se encontraba un cabo taquígrafo llamado Fulgencio Batista, quien sería el futuro nuevo dictador de Cuba. Hábil e inescrupuloso, que comenzó a tejer ambiciosas relaciones de poder y que debido a la crisis que sufriera el gobierno surgido luego del derrocamiento de Machado, vería llegada su oportunidad y aprovechando las circunstancias, liquidaría con su grupo a los oficiales del ejército que aún sostenían el régimen de Machado.

Muchos de los seguidores de Batista eran negros y mulatos y eran admitidos como oficiales en el ejército lo que le aseguraba su apoyo incondicional y se mostraba como el único factor de poder coherente por lo cual muchos volcaron sus preferencias por la organización militar. En el poder, Batista, llegó como representante militar de una revuelta social e intentó eliminar el ala radical de sus opositores y llevar a cabo una lenta contrarrevolución sobre todo en lo referido a las medidas populares y antimperialistas que había intentado realizar el gobierno posterior al dictador Machado.[6] Este primer período de Batista terminaría en 1944.

Entre 1944 y 1952, conocido como gobiernos democráticos parlamentarios, se caracterizaría por una fuerte conflictividad entre los sectores heterogéneos que intervenían como actores políticos en esos años: los intereses norteamericanos, los sectores medios, los trabajadores sindicalmente organizados, el empresariado nacional, los sectores estudiantiles (entre los cuales ya comenzaba la actuación de Fidel Castro), etc. Entonces, la salida a tal estado de crisis, estuvo otra vez en el ejército, nuevamente al mando de Batista y el golpe de estado que terminó con el gobierno democrático de 1952 se hizo en contra, supuestamente, de la corrupción pero en realidad fue una movida para evitar la irrupción en el poder de una nueva generación política que pretendía la regeneración del sistema, allí se encontraba Fidel.

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Fidel Castro junto a combatientes del Movimiento 26 de julio

INICIA LA RESISITENCIA A BATISTA

Esta situación fue desarrollando contra Batista una oposición tan general y heterogénea, como la que se había conformado contra Machado porque había quebrado la continuidad histórica cubana al realizar el golpe de estado.

En 26 de julio de 1953, Fidel Castro y sus seguidores realizan el asalto al Cuartel Moncada y dan origen a un movimiento que llevaría como nombre aquella fecha, y que sería una combinación de partido político, movimiento social y frente popular, con la ideología nacionalista de Martí, de las aspiraciones democráticas postmachadistas, de la radicalización política juvenil y de diversas demandas de múltiples sectores subalternos de la sociedad cubana[7].

Se intentó, desde el Movimiento 26 de Julio (M26J), como instrumento para terminar con la dictadura de Batista, una huelga general similar a la de 1933 y que terminaría con el derrocamiento de Machado, pero la misma fracasó debido al rechazo de los trabajadores a ser conducidos por una dirigencia extraña a ellos. Entonces, Fidel Castro y los suyos, se dieron cuenta de que la única manera de enfrentar al régimen era a través de la lucha armada. Es entonces, que el movimiento produce un giro en la estrategia: la huelga general ya no es el eje central de la lucha, sino la conformación de la guerrilla en un ejército popular.[8]

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El pueblo cubano saludando a las milicias revolucionarias, fotografia coloreada enero 1959

HACIA LA TOMA DEL PODER

Es así que Fidel Castro junto a sus compañeros del M26J parten desde México, en el barco “Gramna” hacia Cuba, y se instalan en la Sierra Maestra, de donde implemantaran su estrategia guerrillera. Las alianzas del M26J y de  Fidel Castro se manifestarían antes de la toma del poder, es de destacar que cuanto más fuerte era el M26J, más flexible era su posición con relación a las alianzas. Por ejemplo, en medio de la fase más ascendente de la lucha militar, suscribió junto con las demás organizaciones de oposición un acuerdo: el Pacto de Caracas. Cabe destacar que los puntos de desacuerdo entre el M26J y las otras organizaciones, era la independencia con relación a Estados Unidos y al ejército. A Estados Unidos sólo se le pedía muy cortésmente que no apoyara a Batista, y los militares eran mencionados en términos cuidadosos, afirmando: “Ésta no es una guerra contra los institutos armados de la república, sino contra Batista, único obstáculo de la paz.».[9]

Las alianzas con las demás organizaciones de la oposición no atarían las manos al M26J para seguir actuando de manera independiente. Prueba de ello es que, al mismo tiempo en que era suscribió el Pacto de Caracas, el M26J concertaba alianzas con los comunistas. Éstos, en efecto, eran los únicos excluidos en la gran coalición democrática antibatistiana. A su vez, el concurso de los comunistas era necesario, pues así contaba con un aparato nada despreciable en el interior de los sindicatos, algo muy importante en esas fases decisivas de la lucha. Por último, el PC podría mediar para conseguir el apoyo de la “otra» gran potencia mundial en caso — y Castro ya pensaba seguramente en esa perspectiva— de que la revolución chocara con los intereses norteamericanos.[10]

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Mujeres revolucionaras en un desfile a mediados de los ’60

Hasta la toma del poder la revolución había tenido un carácter democrático (lucha en contra de una dictadura y por la reivindicación de la democracia parlamentaria) y popular (pues se basaba en las reivindicaciones sociales de la mayoría de la población). Después de la toma del poder pasó a tener además un abierto carácter nacional, pues entró en contradicción con intereses económicos y políticos norteamericanos. Ahora bien de las múltiples reformas que el nuevo gobierno puso en práctica, ninguna produjo tanta resistencia en Estados Unidos como la reforma agraria. La razón es sencilla: en un país azucarero tan dependiente del mercado mundial como Cuba, una reforma agraria efectiva implicaría la nacionalización de la tierra, ya que ésta se encontraba, en gran medida, en posesión de compañías extranjeras. Por lo tanto, la reforma agraria no sólo lesionaría intereses de los latifundistas locales, sino además las vinculaciones de dependencia externa. La argumentación expuesta se prueba por un solo dato: «las empresas norteamericanas controlaban, sólo en las propiedades vinculadas a las centrales azucareras, más del 13% del territorio en fincas de la nación».[11]

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Discurso al pueblo cubano, fotografia coloreada enero 1959

La Guerra Fría obligó a Cuba a optar por uno de los bloques dominantes (URSS), y esa opción marcaría de allí en adelante la historia de la isla, de Latinoamérica y del mundo. Porque la Cuba que vio entrar el 1 de enero de 1959 a cientos de guerrilleros y éstos sintiendo el apoyo obrero y popular, iniciaba uno de los procesos más profundo, que terminaría en el primer Estado Socialista en América Latina.


Referencias:

[1] MIRES, Fernando: La rebelión permanente. Las revoluciones sociales en América Latina. Edit. Siglo XXI. Madrid. España. Capítulo 5, pag. 279

[2] Op. Cit., pag. 281

[3] Op. cit., p. 183.

[4] Op. Cit., p. 185

[5] Op. cit., p. 288

[6] Op. cit., p. 330

[7] Op. cit., p. 329

[8] Op. cit., p. 330

[9] Op. cit., p. 314

[10] Op. cit., p. 315

[11] Op. cit., p. 316

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